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DE COMO DOÑA CUARESMA DERROTÓ A DON CARNAL

DE COMO DOÑA CUARESMA DERROTÓ A DON CARNAL

Oretánia de cultura, número 3

No pensemos, que en el mundo de la gastronomía, todo es paz y armonía. Y prueba de ello lo tenemos en esa justa que se entabló entre don Estofado y todo aquel que se atreviera a decir que doña Olla no era la Princesa de los Guisos. Duelos que quedaron reflejados en la mojiganga de Los guisados (1664), de Pedro Calderón de la Barca, y en la que vemos caer bajo las armas de tan bravo caballero al Carnero Asado, al Carnero Verde, a don Gigote y a don Mondongo.
Pero no solo es Calderón quien se hace eco de esas, podríamos decir, diferencias de opinión, sino que también lo hacen otros literatos, como Juan Ruiz, más conocido como el Arcipreste de Hita, el cual en el Libro del Buen Amor (c.1330) dejó constancia de la cruenta batalla que enfrentó dos grandes ejércitos, los capitaneados por Doña Cuaresma, frente a las huestes de Don Carnal. Y, como ya he dicho, esta vez no fueron solo dos combatientes los que se enzarzaron en tenaz combate, sino que en este caso fueron verdaderos ejércitos, formados por peones, ballesteros, caballeros, escuderos, infanzones y demás personajes armados, que precedidos de sus pendones, no tenían nada que envidiar a los ejércitos de Julio Cesar.

Antecedentes
Para entender a cómo se llegó a este extremo, habría que remontarnos al jueves anterior, el día que se conoce como Miércoles de Ceniza, momento en que Don Carnal:

[...] fuime para mi tierra a descansar un cuanto,
de entonces a ocho días era Cuaresma, tanto
que puso por él mundo gran miedo y gran espanto

Pero estando sentado en la mesa, junto a Don Jueves Lardero, llegó un mensajero que le entregó dos misivas, una en la que se podía leer el desafío que Doña Cuaresma hacía a Don Carnal para que lo leyera todo el mundo y para que éste no pudiera decir que no «fue conocida»:

De mí, Santa Cuaresma, sierva del Criador
y por Dios enviada a todo pecador,
a todos arciprestes y curas sin amor
salud en Jesucristo, hasta Pascua Mayor.

Sabed que me dijeron que, hace cerca de un año,
se muestra don Carnal muy sañudo y huraño,
devastando mis tierras, haciendo muy gran daño,
vertiendo mucha sangre; con disgusto me extraño.

Y por esta razón, en virtud de obediencia,
os mando firmemente, so pena de sentencia,
que por mí, por mi Ayuno y por mi Penitencia,
vos le desafiéis con mi carta de creencia.

Y la otra de las misivas que «traía abierta y bien sellada» con el «sello usual de la dama nombrada» iba dirigida a Don Carnal en persona:

De mi, doña Cuaresma, justicia de la mar,
alguacil de las almas que se habrán de salvar,
a ti, Carnal goloso, que nunca te has de hartar,
el Ayuno en mi nombre, te va a desafiar.

Y en la que expone que:

De hoy en siete días, a ti y a tu mesnada
haré que en campo abierto batalla sea dada;
hasta el Sábado Santo habrá lid continuada,
de muerte o de prisión no tendrás escapada.

Leídas ambas cartas por Don Carnal y su huésped, Don Jueves Lardero, exclamó éste:

Yo seré alférez contra la infeliz esa;
yo lucharé con ella, pues me tienta la empresa

Y fue así como ambos contendientes se prepararan para la afrenta. Unos liderados por Don Carnal, hombre mundano y amante de los placeres; juerguista al que le gusta comer sobre todo carne, bailar y disfrazarse. Y los otros al mando de Doña Cuaresma, más dada a comer frutas y verduras, mujer que huye de los bailes y celebraciones y cumplidora con sus obligaciones, especialmente con las religiosas.


La batalla
Una vez cumplido el plazo, don Carnal y su ejército de bueyes, cerdos, gallinas, becerros y cabras se enfrentan en campo abierto a doña Cuaresma y su legión de vegetales y mariscos.

Amaneciendo el día del plazo señalado,
acudió don Carnal, valiente y esforzado,
de gentes bien armadas muy bien acompañado; [...]

Puso en las avanzadas muchos buenos peones,
gallinas y perdices, conejos y capones,
ánades y lavancos y gordos ansarones; [...]

Detrás de los citados, están los ballesteros,
los patos, las cecinas, costillas de carneros,
piernas de puerco fresco, los jamones enteros;
detrás de todos éstos vienen los caballeros.

Las tajadas de vaca; lechones y cabritos
que por allí saltaban y daban grandes gritos [...]

Seguía una mesnada nutrida de infanzones:
numerosos faisanes, los lozanos pavones
ricamente adornados, enhiestos sus pendones,
con sus armas extrañas y fuertes guarniciones.

Vinieron muchos gamos y el fuerte jabalí; [...]
No había terminado de pronunciar su verbo,
cuando he aquí que viene, velocísimo el ciervo. [...]
A la revista acude, muy ligera, la liebre; [...]
Vino el chivo montés con corzas y torcazas, [...]
Se acercó paso a paso el viejo buey lindero: [...]

Estaba don Tocino con mucha otra cecina,
tajadillos y lomos, henchida la cocina [...]

Y para completar el ejercito, no podían faltar:
[...] los espetos muy cumplidos, de hierro y de madero [...]

así como los cazos y cazuelas, que según cuenta
Eran muy bien labradas, templadas y muy finas.
Ollas de puro cobre traen por capellinas;
por adargas, calderas, sartenes y cocinas.

Por lo que, viendo Don Carnal, tan lucido ejercito, no pudo más que exclamar

¡Campamento tan rico no tienen las sardinas!

El combate
Con la llegada de la noche, y aunque
los gallos miedosos estuvieron,
velaron con espanto, ni un punto se durmieron

las tropas de Don Carnal estaban extenuadas y no precisamente de luchar

Cuando vino la noche, ya después de la cena,
cuando todos tenían la talega bien llena,
para entrar en contienda con la rival serena,
dormidos se quedaron todos enhorabuena.

De ahí que a Doña Cuaresma, mucho más prudente, no le costara entrar en el campamento enemigo:

Hacia la media noche, en medio de las salas,
entró doña Cuaresma, [...]

Como había el buen hombre [Don Carnal] muy de sobra comido
y, con la mucha carne, mucho vino bebido,
estaba abotargado, estaba adormecido;
por todo el real suena de alarma el alarido [de los gallos].

Todos amodorrados fueron a la pelea;
forman las unidades mas ninguno guerrea.
La tropa de la mar bien sus armas menea
y lanzáronse a herir todos, diciendo: -“¡Ea!”

Junto con Doña Cuaresma,
Acudieron del mar, de pantanos y charcos,
especies muy extrañas y de diversos marcos,
traían armas fuertes y ballestas y arcos:
¡negra lucha fue aquesta, peor que la de Alarcos!

Prestos para la batalla, el primero en herir a Don Carnal fue el puerro cuelliblanco, al que vinieron a ayudar:

la salada sardina
que hirió muy reciamente a la gruesa gallina,
se atravesó en su pico ahogándola aína;
después, a don Carnal quebró la capellina.

De parte de Valencia venían las anguilas,
saladas y curadas, en grandes manadillas;
daban a don Carnal por entre las costillas,
las truchas de Alberche dábanle en las mejillas.

De Santander vinieron las bermejas langostas,
muchas saetas traen en sus aljabas postas,
hacen que don Carnal pague todas las costas;

Pero mientras Don Carnal, luchaba desenfrenadamente, defendiéndose como podía de los ataques, el atún hería a otro de sus aliados, don Tocino, y

si no es por la cecina que desvió el pendón,
a don Lardón le diera en pleno corazón.


Mientras que el sollo [esturión]
dio en medio de la frente al puerco y al lechón

Y llegados a este punto, en que los aliados de Don Carnal van cayendo uno tras otro, hay que preguntarse porqué cada vez eran más los representantes del reino marino que se adhirieron a la lucha, y la explicación a ello no es otra de que

Se había pregonado el año jubileo
y de salvar sus almas todos tienen deseo;
cuantos en el mar viven, venían al torneo;
arenques y besugos vinieron de Bermeo.
Los sábalos y albures y la noble lamprea,
de Sevilla y Alcántara, entran en la pelea; [...]
De parte de Bayona venían los cazones
que mataron perdices y castraron capones; [...]

Y todavía les faltaba entrar en la pelea a

Los sábalos y albures y la noble lamprea

Así como a las ostras, el congrio, el salmón y el pulpo, que
a los pavones no dejaba parar,
ni aun a los faisanes permitía volar,
a cabritos y gamos queríalos ahogar;
con tantas manos, puede con muchos pelear.

A medida que pasa el tiempo, la batalla va tomando un mal cariz para Don Carnal, el cual,

Cobrando algún esfuerzo, levantó su pendón,
valiente y esforzado va contra don Salmón [...]
mas vino contra él la gigante ballena;
abrazóse con él, derribólo en la arena.

Casi toda su tropa estaba ya vencida,
parte de ella muriera, parte se dio a la huida,
pero, aun derrotada, siguió en la acometida;
peleó cuanto pudo, con mano enflaquecida.

Ya conservaba pocas de sus muchas compañas;
el jabalí y el ciervo huyen a las montañas,
le van abandonando las otras alimañas,
las que con él quedaron no valen dos castañas.

Si no es por la cecina con el grueso tocino
-que estaba ya amarillo, pasado y mortecino
y luchar no podía de gordo, sin el vino-,
se encontraría aislado, rodeado y mezquino.

La batalla llega a su fin
Después de dura y sanguinaria lucha, las tropas de Doña Cuaresma salen vencedoras, pero falta capturar al belicoso Don Carnal, para lo cual

La mesnada del mar reunióse en tropel,
picando las espuelas, dieron todas en él;
no quisieron matarle, tuvieron pena de él
y, junto con los suyos, le apresan en cordel.

Atados y bien atados, los últimos defensores, son llevados ante Doña Cuaresma, la cual dictó rápidamente sentencia, mandando

que a doña Cecina y al tocino colgasen [...].
Mandó colgarlos altos, a modo de atalaya;
que, para descolgarlos, allí ninguno vaya.

mientras que a su cabecilla mandó que lo tuvieran preso y que

[...] custodiase el Ayuno;
cerrado lo tuviesen, no lo vea ninguno
si enfermo no estuviese, o confesor alguno;
que le diesen al día tan sólo manjar uno.

La batalla, como ya hemos visto, la gana finalmente Doña Cuaresma, principalmente por que Don Carnal y sus huestes se dan un enorme banquete la noche antes. Encerrado en su celda, el prisionero se arrepiente de todo ello:

En carta, por escrito, entregó sus pecados,
con sellos de secreto cerrados y sellados;

Aunque el fraile no se contentó con ello, de ahí que le impusiera como penitencia

que, por tanto pecado,
comiera cada día un manjar señalado
y nada más comiese, para ser perdonado.

Penitencia que consiste en comer garbanzos con aceite, los domingos; los lunes, arvejas; los martes, migas, pero solo una parte, ya que el resto lo tendrá que dar a los pobres; espinacas, los miércoles; los jueves, lentejas con sal; los viernes, tan solo pan y agua; y el sábado, habas. Y todo ello acompañado de rezos y aislamiento, y de visitas a iglesias y cementerios. Y así encontramos al prisionero:

Allí quedó encerrado don Carnal, muy cuitoso;
estaba, del combate, muy flaco y congojoso,
doliente, malherido, destrozado y lloroso;
no le visita nadie cristiano religioso.

Cautiverio que se alarga cuarenta días, hasta que llegado el Sábado de Gloria, su gran oponente, Doña Cuaresma, debilitada, y sin sus aliados del mar, huye en medio de la noche. Es así, como Don Carnal, el Domingo de Pascua, consigue escapar de su cautiverio, gracias a la ayuda de Don Amor, Don Almuerzo y Doña Merienda. Entronado de nuevo, entra en la ciudad, en medio de una gran algarabía, de carniceros y triperos, dispuesto a reinar de nuevo.

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